"Nadie sabe lo que puede un cuerpo" B. Spinoza.


Frecuencia: semanal

Clases teóricas: obligatorias

Práctica hospitalaria: optativa

Bono contribución por la totalidad de la cursada: $100



viernes, 16 de noviembre de 2012

14º Clase: Transferencia y juego


Transferencia y juego
Sara Wajnsztejn


En un niño una serie de procesos están en curso, por lo tanto, no podemos hablar de repetición en el sentido de un adulto, como si se tratase de la subjetivación acabada de la estructura.
En este sentido, situamos puntos de tropiezo, de detención sobre un recorrido que se está construyendo, inacabado.
La repetición en el pequeño sujeto se ubicaría más como insistencia de una pregunta.
Estos puntos de tropiezo, de interrogación, tienen relación con el lugar particular que se le atribuye al niño en el mito familiar, con los significantes familiares.
No podemos desconocer que es en primer lugar, a nivel del discurso sobre el niño donde además de ser señalado su lugar, encontramos algunos significantes de importancia.
En este sentido, el decir de los padres es un saber textual a descifrar.
El inconsciente es un saber textual, que se hace aprehensible a través de sus formaciones.
Es función del psicoanalista interpretar ese saber para poder abrir las vías del deseo y modificar la economía de goce de un sujeto.
El sujeto grita a través de su síntoma el lugar de verdad que ocupa en el deseo parental.
El descubrimiento de Freud se asienta en que de esa verdad, su registro debe tomarse “a la letra”,  como hecho de sintaxis, pues esos efectos se ejercen del texto al sentido, lejos de imponer su sentido al texto.
No sostener esta posición es sustituir este saber textual por un saber de referencia teórico. Al respecto Jose Attal dice que esto es creerse freudiano solamente a la manera en que Freud respondía a Juanito que “mucho antes que él viniera al mundo, él ya sabía que habría un pequeño muchacho que amaría de tal manera a su madre… ”. El ya sabido de antemano podría hacernos confundir en el punto de no ocupar el lugar de supuesto saber, sino de sapiente.
En la posición del niño, sea como síntoma de la pareja parental, como objeto plus de gozar, etc., el saber textual se encuentra situado en un doble nivel: en el niño, pero también a nivel de los padres o de uno de  ellos en el discurso que se sostiene sobre el niño.
Esto hace necesario una doble escucha para el analista. ¿Cómo  conducir una cura con un niño no queriendo saber nada del discurso que se tiene sobre él, no solamente al principio, sino a lo largo de todo su despliegue?
El inconsciente es un saber; pero a construir.
Es un hecho de experiencia clínica  que este lugar del niño es perfectamente modificable en la fantasía parental, en la medida que los padres no están puestos “fuera de juego”, y que algo se analiza también con ellos.
Desde el punto de vista de la transferencia, esta puesta en juego de los padres instituye al analista en un doble lugar: es el SSS para el niño, porque es SSS para los padres. 
El analista que trabaja con niños es depositario de una doble transferencia, lo cual nos lleva a escuchar no solamente al niño, sino al discurso que se tiene sobre él.
Podríamos pensar esos momentos de tropiezo como una detención en relación a transferir a los padres alguna circunstancia determinada, tal como lo plantea Eric Porge en “La transferencia a la cantonade”.
La neurosis sobreviene en el niño cuando este proceso se interrumpe. Este  autor dirá que los padres no pueden soportar la transferencia sobre ellos y en el punto de desfallecimiento del saber en ellos, surge el SSS incorporado en el niño.
El niño se hace depositario de un saber oculto, supuesto, que el analista tendrá que descubrir.
Porge retoma el texto de Juanito, donde éste le comenta a su padre que “si algo es permitido de ser pensado, ¿por qué no decírselo al profesor?”, para afirmar que este es un diálogo a la cantonade, es decir, entre bambalinas; se habla en alta voz pero a nadie en particular.
Cuando se produce entre un niño y sus padres una imposibilidad de comunicación de este tipo, el analista está llamado a restablecerla. La transferencia con el niño será al modo de “una transferencia indirecta que aspira a sostener la transferencia sobre la persona que se demostró inepta para soportarla”.[1]                             
La transferencia a la cantonade supone una transferencia indirecta contemporánea al establecimiento de un lazo de transferencia sobre un progenitor en el punto en que este desfallece.
La posibilidad de restablecer esta transferencia dejará al niño posibilitado de hacer su neurosis, subir al escenario.
También Porge destaca que las intervenciones en relación a los padres son tan importantes como la intervención con el niño mismo, y afirma que una de esas intervenciones es tan simple como cerrar la puerta del consultorio.
Si consideramos la posición del niño como  llamada, la diferenciamos de la demanda parental. Privilegiar esa dimensión apunta a transformar la queja de los padres en discurso, donde el infante aparezca relatado.[2]
En la clase se trabajaron dos viñetas clínicas para pensar, aquello que a mi modo de ver establece una diferencia entre la transferencia a la cantonade, y luego el intento de armado de la escena lúdica, allí donde esta no se verifica; haciendo cuadro como Velázquez en el cuadro de Las Meninas.

Caso N: Caballeros-Damas.

Agradezco a Gilda Torres la posibilidad de compartir este material.
Se trata de la consulta por un niño de 8 años que no puede concurrir a los cumpleaños de sus compañeros, necesita la mirada permanente de su padre en las clases de futbol, así como también que éste se quede despierto con la luz encendida hasta que N concilia el sueño.
Luego de algunas entrevistas con N y con sus padres, una intervención de la analista reacomoda los lugares en la familia con el consiguiente alivio del niño, posibilitándole también un cambio en su relato.
Finalmente puede plantear que en su horario de sesión preferiría quedarse en la escuela almorzando con sus compañeros.   
La analista le comenta que esa misma semana van a venir sus padres, a lo cual responde: que vengan ellos.
A buen entendedor, pocas palabras; que cada uno se haga cargo de su paquetito.
En esta viñeta pudimos pensar el armado de la escena lúdica donde el pequeño sujeto se pone en juego con la intervención de la analista a la cantonade propiciando restablecer la transferencia del lugar donde ha caído.
Queda por trabajar con los padres.

Caso J: El erizo
 J es un pequeño niño de 5 años por quien consultan ambos padres.
Cuentan que lo echaron de dos jardines, no hay manera de controlarlo, no hace caso a las maestras, pega a sus compañeros, mordió a una de ellas y pateó a la directora.
Ya habían hecho otras consultas, en las que les daban indicaciones de cómo tratarlo y ponerle límites, le hicieron estudios neurológicos y hasta el momento nada resultó.
J es producto de una relación ocasional. M y N eran compañeros de la facultad, salieron en algunas oportunidades y así N queda embarazada.
Frente a esto me preguntaba por el lugar de inscripción que podría tener este niño, y también en cuál familia si tal inscripción se produjese.
Las primeras entrevistas con J transcurren en un clima tranquilo. Me sorprende lo afectuoso que es este niño y su necesidad de contacto físico.
En una oportunidad al irse me dice: ¿me puedo llevar a mí?  Esta frase  me resuena durante varios minutos.
No termina de constituirse una escena lúdica, falta anudamiento. Se arma, pero no hay juego ni relato.
No puede tomar las insignias paternas. J encarna la inexistencia de  una ley que ordene las relaciones, el niño condensa el goce de un sistema no ordenado.
Un día viene enojado, empieza a tirar cosas, me pide plastilina, no hace nada con ella, se tira al piso, se pone a llorar, me pide el barco chico de dos que hay en el consultorio.
-Primero ordenemos esto, le digo. No me escucha, comienzo  a levantar lo que hay tirado por todas partes, mientras él agarra el barco más chico.
- ¡No tiene timón!, exclama.
- Los chicos no tienen timón, necesitan que los grandes los guíen, le digo, mientras bajo el barco grande y lo pongo al lado del suyo.
- ¿Cómo podemos hacer para que lo lleve? Ya sé, lo enganchamos. Tené cuidado, no pongas los chicos en el borde, esbozándose un diálogo que expresa un rudimento de cuidado y atención por sus objetos.
En una oportunidad, luego de un ataque de ira, en el que intenta revolear la computadora corto la sesión y llamo al padre para que lo busque.
 Frente a la pregunta del padre, acostumbrado a que lo llamen de todos lados para que retire al niño,  respondo que terminamos antes la sesión.
Busco en el Google, alguna referencia acerca del personaje que tanto lo había alterado descubro que es una joven que está locamente enamorada del personaje que representaba al niño desde que fue rescatada por él, es competitiva y posesiva y su manera de defenderse es con un martillo que llama “el martillo del amor”. Es así que creo darme cuenta que a J, el Uno se le hace insoportable.

En la sesión siguiente, antes de entrar al consultorio, J me pide perdón ante la sorpresa del padre, a lo cual respondo diciéndole que todos tenemos malos momentos.
Quiere jugar con la computadora y yo le propongo hablar.
- Mi papá siempre me habla y estoy igual, responde entre sollozos.
- Acá hablamos diferente.
- Me da vergüenza.
Comienzo a emitir frases escatológicas, intentando acercarme a alguna que tal vez a él lo avergüence pronunciar, obteniendo siempre su negativa, hasta que finalmente me dice: tengo miedo de estar solo porque hay un bebé mecánico que me quiere hacer algo, le sacó el alma a una nena, me lo dijo mi mamá. Por eso no quiero estar solo y me quedo al lado de la gente que conozco.

 

En el Seminario XIII: El objeto del psicoanálisis, Lacan toma el cuadro Las Meninas de Velázquez para definir el lugar del analista en la historia del paciente. Luego lo retoma en El Seminario El acto para decir que lo que hay allí de ilusión de SSS está siempre alrededor de lo que se admite como el campo de la visión, en cambio lo que hay de mirada es lo que está presente y velado a la vez.
Quiero solamente detenerme en algunas cuestiones que toma E. Porge en El analista en la historia del sujeto como Velázquez en el cuadro de Las Meninas[3]. Él describe una presencia invisible que se oculta, inaccesible, que sin embargo insiste, una presencia que nos atrapa, que nos llama a entrar, como si el cuadro nos tragara.
En el espejo del fondo se ven el rey y la reina. Lacan dirá que este espejo es una pantalla de televisión, no es más que ilusión, pero ilusión querida por el pintor, querida como ilusión.
Muchos autores han escrito textos sobre este cuadro, entre ellos Ángel del Campo y Frances. Este autor escribió un libro denominado La magia de las Meninas donde describe detalladamente aquello que Lacan intuyó años antes.
Plantea que el personaje del fondo, Nieto Velázquez, pariente del pintor, no empuja una cortina, sino que acciona un gran espejo que capta los rayos luminosos que vienen del exterior, hace un juego de luces, como una linterna mágica escondida por la tela dada vuelta que reenvía la imagen del rey y la reina, pintada sobre un tablero apoyado sobre una mesa en forma aumentada.
 Esta linterna mágica  reenviaría la imagen agrandada del rey y la reina sobre la tela dada vuelta (delante del pintor) y es esta imagen la que se refleja en el espejo del fondo.
Todo este dispositivo sería un artilugio, un juego inventado para divertir a la infanta.
 Velázquez no pinta la realidad, sino que pinta el acto de pintar.  Él está representado en un momento de escansión, de detención. Él pinta un momento donde no pinta.
El rey y la reina representados en el espejo del fondo son una presencia simbólica, no una representación donde se estarían reflejando los personajes en su realidad.
Es sólo esto lo que me interesa destacar para poder pensar el montaje de la escena  analítica con un niño: el analista, como Velázquez formando parte del cuadro e invitando a entrar, el juego y la presencia simbólica de los padres.
En Paradojas en la Infancia, Alejandro Varela subraya la posición del analista como Velázquez, en un punto que ilustra la mirada, en el que no es pintor, sino es soporte y elemento del sujeto mirando. Como el analista que jugando, se juega.
Es esta dirección, la que intento tomar con J, tanto cuando busco en Google, ese gran saber textual del que disponemos como cuando me juego emitiendo frases escatológicas que producen una respuesta angustiosa, paranoica.
Sólo podemos hablar de rudimento de juego en este niño muy afectado para quien la mirada de la analista no tiene solamente una función de sostén, sino también de corte.
Para concluir nuevamente aquí planteamos una diferencia entre el análisis de un adulto cuyo fantasma está constituido y el niño, donde el hacer cuadro será a condición de ser soporte real de la ilusión en un recorrido que se está construyendo donde puede relativizarse la disposición fantasmática que es posible después de la pubertad.
He intentado describir dos modalidades de intervención que dan cuenta de lo que anticipé en el título de esta presentación: la transferencia a la cantonade y el juego en el hacer cuadro.

                                                                             Sara Wajnsztejn
                                                                             Noviembre de 2012 





[1] Porge, Eric. La transferencia “a la cantonade”. Citado en Varela, Alejandro. Paradojas en la infancia. Letra viva. Buenos Aires. 2008.
[2] Varela, A. Paradojas en la infancia. Op. cit.
[3] Citado por Varela, A en Paradojas en la infancia. Op. Cit

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