El niño y el Otro
Laura Monczor
Voy a tomar, para comenzar, las siguientes
cuestiones:
1- Es en relación al Otro y a los otros que el niño
puede velar los peligros, el acoso de lo Real.
2- el PSA, a diferencia de la clasificación
psiquiátrica, nos permite pasar del signo al síntoma dirigido a otro.
3- Este momento actual no facilita el lazo con el
otro
4- Ese Otro puede ser el analista
El primer modo de existencia de un niño es para los
otros y es por los otros (Isabel Goldemberg, Síntoma e infancia), otros que lo
esperan, idealizan, rechazan, alojan, y nombran al niño. Y si bien esos otros
cuidan al niño de los peligros, no hay forma de que no quede expuesto a los
peligros internos, lo pulsional, y a lo Real. La posibilidad de hacer algo con
esos peligros tendrá que ver con cómo fue alojado en el deseo del Otro.
Entonces, sin duda, la constitución del sujeto, es en relación al Otro, Otro
del discurso, Otro del Inconciente.
Pero entonces, como hacer discurso de eso que el
niño nos muestra? Desborde pulsional, peligro interno, apariciones de lo Real,
peligro externo: la muerte, la obscenidad, la relación de los padres, etc.
Como hacer discurso de aquello que no se puede
nombrar? Como velar los peligros, para que la angustia no tome el cuerpo?
Vamos a
trabajar esto más adelante, porque primero vamos a pensar cuales son algunos
obstáculos que encuentra la práctica del Psicoanálisis hoy.
Los que ya me escucharon, saben que una de las
preocupaciones que siempre nombro, tiene que ver con el mal uso del diagnóstico
psiquiátrico en la infancia.
La poca tolerancia a los tiempos y procesos propios
de lo infantil: el acoso insistente de la pulsión, el acomodamiento a las
situaciones nuevas, la angustia, etc., ha reducido a cualquier situación de
crisis a un diagnóstico psiquiátrico:
ADD, Bipolaridad, TGD, etc.. Hay un
apuro en pos de una supuesta “normalización”. Normalización que responde a un ideal de los
adultos que rodean al niño.
A esta normalización, que supone un niño ordenado,
disciplinado, inserto en una estructura escolar tal vez expulsiva, pero con
pretensiones de que el niño no haga ruido para aceptar su inclusión, (cómo
dejar de hacer ruido en medio de tanto bullicio?), a esto responden la
medicalización y el sobrediagnóstico, situación cada vez más frecuente en la
atención a niños. La psiquiatrización de
lo propiamente infantil no ha traído resultados positivos pero si tiene la
consecuencia de la desresponsabilización
de los adultos que rodean al niño. El
peligro del sobrediagnóstico es que la palabra queda reducida a un mensaje
cifrado, el síntoma pasa a ser signo, y el nombre de la enfermedad, síndrome o
cuadro otorga consistencia de ser al sujeto, pero congela el despliegue
discursivo y por lo tanto el deseo. Si no hay discurso, se dificulta el lazo
con el Otro.
Quiero decir, que si un niño es nombrado con un
significante congelado, no hay despliegue del discurso, de la historia de la
familia, del relato de los padres acerca
del niño. El niño queda capturado por ese significante, que si no
permite el relato, tampoco permite la circulación de la demanda y del deseo.
Los adultos entonces se lavan las manos, el niño
padece una enfermedad, y encontrarán los recursos para su curación: la
medicación. Y esto nada nos dice acerca de la subjetividad del niño que es
nuestro campo de trabajo.
El año pasado recibo a una pareja de padres que
consultan por un niño de 4 años: se sorprenden cuando los cito a ellos en la
primera entrevista. Para qué, si la dificultad es del niño? Maxi hace lío, hace
ruido, molesta. No entiende que mamá y papá están cansados de trabajar, aunque
concurre a una escuela doble jornada y de cansancio algo conoce. A mis
preguntas, formuladas más bien para conocerlos un poco, se enojan. Esta
consulta no es lo que querían. Qué tienen que ver con lo que le pasa a Maxi?
Les propongo conocer a Maxi en una 2º entrevista: entran los tres. No confían
en el dispositivo, vienen porque los mandan de la escuela. Maxi los invita a
jugar, les muestra los juguetes: los padres insisten en que no han venido para
eso. La desconfianza, que no es lo mismo que la falta de confianza inicial, es
manifiesta. Deciden no venir a la tercer entrevista hasta que el neurólogo que
han decidido consultar se los indique. Vuelven el mes pasado sin indicación
alguna: la medicación no ha logrado mejorar su síndrome de ADD. Veremos si esto
los ha implicado en algo. Por ahora se encuentran esperando su nuevo turno de
admisión.
Nuestro desafío es cómo lograr hacer discurso de
aquello que el niño nos muestra.
Entonces, retomando la pregunta inicial, cómo se
despliega el discurso en el niño?. El juego es el modo discursivo privilegiado
en la infancia. Es el juego lo que en un principio, permite poner un coto a lo
Real. Velar el goce de los padres que los objetaliza.
La escena lúdica está armada con materiales de
distinta índole: palabras, relatos, objetos, pero para que esa escena se pueda
armar, es necesario que algo que de por fuera: lo Real, lo obsceno, el goce, la
sexualidad adulta.
Pero en el análisis de un niño el cuerpo es el
personaje principal, por mostración o por inhibición, cómo desplegar entonces
un discurso, que permita armar un relato que lo aloje en un deseo y vele el
goce?
O en otros términos, cómo hacer para que eso que
hace signo, para los padres, para el neurólogo, para la escuela, etc., pueda
enmarcarse en una historia y ser síntoma en el campo de la neurosis infantil?
El síntoma para el PSA, es una respuesta a una
pregunta, a la pregunta por el deseo del Otro. El síntoma articula entonces en
la pregunta, una demanda de saber, un lazo al Otro.
Por el contrario, el goce es autoerótico, no hace
lazo. C. Soler va a hablar en este sentido de esquizofrenización del síntoma
del sujeto, aunque, aclara, rigurosamente esto estaría mal formulado, porque el
síntoma siempre está en relación al Otro. Pero llama síntoma autista a aquel
que sustrae al sujeto de la relación con el semejante.
Entonces, lo que C. Soler plantea es que, el Otro,
con su discurso homogéneo, que propone el igual para todos, la oferta de
objetos de consumo, incluso la psiquiatrización del sujeto y el
sobrediagnóstico, provocan el hecho de que los síntomas que va a llamar
autistas, más ligados a la soledad del goce, estén en ascenso.
Pero el PSA no trabaja con los ideales, ni con la
universalización, ni con la homogeneización del goce: no está en relación a la
ética de lo mismo, sino de la diferencia: trabaja con el sujeto en relación a
la particularidad del deseo, y es ahí donde podemos intervenir. El síntoma es
siempre particular, inscribe la diferencia del sujeto, no es colectivizable,
aunque a la vez, el síntoma es histórico, sufre la influencia del discurso. El
inconciente tiene esa característica de estar en relación al discurso del Otro
y a la vez ser lo más particular de cada sujeto.
(C. Soler plantea que, cada vez hay más síntomas
que conectan al sujeto con un goce al margen del lazo social. O sea que
sustraen al sujeto de su relación con el semejante, en beneficio de una goce
cerrado sobre sí mismo. En realidad, dice, todos los síntomas están
determinados por el discurso, no están fuera del lazo social, lo que cambia es
su relación con el goce.)
El viernes en una entrevista, un padre, separado de
la madre de una niña de 4 años, me explicaba que la nena quiere jugar con él,
no puede jugar sola, le insume mucho tiempo (!) La recibe en su casa dos veces
por semana. Lo que sí, en función de una
lucha judicial con la ex mujer, está solicitando la tenencia de los chicos. Lo
curioso es que lo que no le hizo pregunta es porque seguía bañando y
limpiándole la cola a sus hijos de 4 y 6 años.
Y no estoy hablando acá de los padres que
francamente hacen de su hijo un objeto a maltratar, a abusar, etc., que sería
otro cantar.
Estoy hablando de los padres que recibimos con más
o menos estos matices, con bastante frecuencia y en la mayoría de las
consultas. Padres que obviamente no articulan esto como pregunta para sí
mismos, y que quedan entrampados también en esta inercia del goce, y que muchas
veces no es sin padecimiento para ellos también.
Por eso los padres vienen a las entrevistas que los
citamos para trabajar aquello que los compromete con el cuerpo del niño y con
su propio cuerpo. Por eso apelamos a la ley que regula, al Otro que ordena y
nombra.
Si logramos que se instale el dispositivo
analítico, que el lazo con el Otro se establezca, contamos entonces con la
transferencia, motor y obstáculo, pero siempre en relación al Otro, digo, al
Inconciente.
El Inconciente usa de la palabra para manifestarse,
de las imágenes, los sueños, equívocos, relatos, y por supuesto el juego.
El juego, en tanto y en cuanto pueda constituirse
como tal, es la presentación de la posición de ese sujetito que tenemos frente,
de su relato, su inserción familiar, su padecimiento. Es vía el juego también,
como un personaje de este, que podemos intervenir.
Freud es quien marca la diferencia, que luego
retoma Michel Silvestre, entre neurosis infantil y neurosis en la infancia,
señalando en la Conferencia 23, que la neurosis en la infancia es efecto del
encuentro con la sexualidad, vale decir, le da estatuto de neurosis actual, o
sea que la aparición de la angustia se da sin mediar el recurso de la
representación.
El niño carece de los medios simbólicos, del
universo significante, para que las palabras se impongan como mediadores entre
la sexualidad y la angustia: el juego es lo que permite instalar esta instancia
mediadora ante lo Real, para el sujeto.
Si bien el límite a la palabra es estructural, y en
el inicio no hay palabra del sujeto, es vía la palabra que el niño transitará
de la posición de objeto en la que arriba al mundo, a la posición de sujeto.
Clínica que no es exclusiva de la clínica con niños.
Al tratarse de actualidad, por el estar en
constitución, es que el niño no es asequible a la interpretación. No estamos
entonces hablando en el PSA con niños de repetición de una historia, o de
ciertos significantes, sino que más bien se trata de una construcción y de que
estén dadas las condiciones para que esta construcción sea posible
¿Construcción de qué? De la novela familiar. I. G plantea que no hay un antes a
develar, sino un hoy a producir.
Agustina tenía 4 años cuando consultan sus papás porque llora
cuando la llevan al jardín, al que va desde los 2 años. Están separados desde
el año de Agus, y el padre sostiene la hipótesis de que llora porque quiere que
ellos estén juntos, mientras que la mamá está en pareja. La mamá no sabe que le
pasa a su nena, y tampoco sabe si ella le hace mal estando en pareja, si hace
las cosas bien o mal, si sufrirá porque el papá está todavía enamorado de ella.
Sin embargo, el papá no pasa la cuota alimentaria correspondiente, no la deja a
Agus compartir su cumple con la flia materna porque no quiere verlos, y cree
que para que Agus esté bien ellos deben convivir nuevamente. Tan dolido está
este papá, que no se percata de que la nena sólo llora cuando la mamá la lleva
al jardín, y no cuando la lleva él o la abuela.
Agus se tranquiliza luego de algunas entrevistas
con la mamá en las que se trabaja acerca de sus vacilaciones y comienza un
análisis. A Mary le cuesta dejar a A, siente culpa por cada paso que da, no
sabe si tiene derecho a estar en pareja teniendo una hija. Esto mediante, Mary
le facilita a Agus el poder separarse. Cualquier cosa nos volvemos a ver….
Al año y
medio, entrando A en 1º grado vuelve la mamá a consultar por ella: A se pasa a
su cama a la noche y tiene miedo que la dejen sola cuando está durmiendo. (El
tema es que esto ocurrió de verdad en casa del papá, y lo que dice
es que el padre entonces no la puede cuidar bien, sólo piensa en él.)
La cito entonces a Agustina.
Agus en las entrevistas juega a la mamá, la tía y
los bebés. El papá está en la guerra y las dejó en la calle, con hambre, frío y
sin dinero. Las mujeres tienen que sobrevivir y lo logran: sortean los peligros
y protegen a los bebés. Cuando el padre, tan esperado vuelve, está pobre,
enfermo, sin trabajo. El se queda cuidando a los bebés y las mujeres salen a
trabajar.
El juego era verdaderamente una historia dramática:
tanto tiempo esperando al padre salvador y vuelve en ese estado…. Pero las
heridas se curan y trabajo se consigue, así que el padre se vuelve a ir a vivir
la vida.
Trabajo por medio, el juego fue variando: la mamá
ahora es millonaria y compra en un negocio comida, sillita alta, ropa, etc. El
padre con mucho trabajo. Agus está muy bien en la escuela e incorporó nuevos
amigos. El cambio de posición en el juego tuvo que ver con pasar de la lástima
que el padre le generaba y la protección que le inspiraba la mamá, a que los
grandes se cuiden solos y cuiden a los hijos. Hasta ese momento la atiendo.
Tiempo después me llama la mamá: A fue con otras 3
nenas a la casa de una amiguita, y el tío Raúl les mostró películas
pornográficas y las amenazó con matar a sus mamás si les contaban. Entonces A
se lo contó al hijo del novio de la mamá, de su misma edad, en voz tan alta que
el papá del nene escuchó.
El tema se trabajó con la mamá, papá y escuela,
pero lo interesante es que cuando la mamá le dice: esas son cosas de grandes,
que vos no tenías que ver… la nena contestó: ¡eso decíselo a Raúl!!!!
El trabajo de análisis de un niño, no apunta a que
se levante el síntoma, sino más bien a destrabar lo que se detuvo, una
pregunta dirigida a los padres que no ha
llegado a buen puerto. El juego de Agustina da cuenta de su posibilidad de recrear algo de esta
historia y que, en fin, ahora que los adultos están en lo suyo, cada cosa está
en su lugar.