"Nadie sabe lo que puede un cuerpo" B. Spinoza.


Frecuencia: semanal

Clases teóricas: obligatorias

Práctica hospitalaria: optativa

Bono contribución por la totalidad de la cursada: $100



viernes, 4 de mayo de 2012

2º Clase: Marcas de nacimiento (04-05-12)


Marcas de nacimiento

Sara Wajnsztejn


Quisiera compartir hoy  algunas reflexiones en torno a los efectos que la Gran Historia produce en la historia  particular de cada sujeto, haciendo previamente un breve recorrido teórico en torno a la función paterna.

Voy a detenerme en el año 75, en el que Lacan dictó RSI. En ese año reformula la definición de síntoma planteándola como una “función de goce”: todo síntoma es un modo de gozar.

En este mismo Seminario encontramos que el padre es un síntoma, el padre tiene una función-síntoma.[1]

“Es necesario que cualquiera pueda hacer de excepción (excepción paterna) para que la excepción se convierta en modelo”.[2]

Hablaremos entonces del padre-modelo, obviamente no en el sentido trivial del término.

Para todo hombre es posible la virtualidad paterna, pero sería mejor que no todos los hombres se conviertan en padre.

 ¿Cuáles serían los hombres excluidos de esta función? Lacan responde: “un padre no tiene derecho al respeto sino al amor, más que si el dicho, el dicho amor, el dicho respeto está père- versement orientado, es decir hace de una mujer objeto a que causa su deseo”.

Sin embargo, no todos los hombres que hacen de una mujer, objeto a causa de su deseo serían portadores del síntoma-padre.

 Un poco más adelante, agrega: “… que su causa sea una mujer que él se haya conseguido para hacerle hijos y que a éstos, lo quiera o no, les brinde un cuidado paternal”.[3]

El padre es el que tiene un síntoma- mujer y la hace madre: “Hacer de una mujer una madre”.  Esta definición implica una posición masculina, paterna, que supone un doble franqueamiento en el cual la castración está siempre en juego.

Primero: elegir “una” como suya, lo que implica renunciar a todas las otras y segundo, que es lo que quiero destacar hoy: aceptar ceder una parte de ella a los hijos.
¿Cómo el síntoma-padre se conecta con el goce? También aquí tenemos un doble eje: el primero relacionado con el goce sexual, haciendo de una mujer su síntoma. Además en el hecho de traer hijos al mundo, está en juego el goce de la vida.

Tenemos entonces los dos ejes: el del sexo y el de la existencia que se encuentran conjugados en el síntoma- padre.[4]

Decía hace un rato que el padre es modelo. Aclaremos ahora: por su síntoma, no por sus características de sujeto. El síntoma-modelo es todo lo contrario del modelo como Ideal.

El síntoma- padre es un síntoma borromeo que enlaza los tres registros: imaginario, simbólico y real, conectando el lazo social con un otro.

El lazo reúne a la vez la dimensión imaginaria y simbólica. Lo imaginario implica el cuerpo del otro como imagen, como forma que cautiva por sus rasgos particulares el inconsciente de un hombre.

Además conecta el lazo social con el Otro sexo en su dimensión de goce, aquí tenemos su dimensión real: ubica el goce en un lazo entre dos parlêtres. Esto es un síntoma borromeo, no todos los síntomas lo son.

Para decirlo sencillamente: el síntoma borromeo ubica el goce que un sujeto sustrae vía su inconsciente en un lazo social.
La función borromea de enlazar el goce de la vida o el sexo en la relación social, es el prototipo de la función paterna misma.

En síntesis, el Edipo freudiano/Edipo Nombre del Padre tiene una función de anudamiento de las tres dimensiones, por lo cual es una función suplementaria respecto de las mismas.

Tenemos una puesta en cuestión de este concepto[5], lo cual nos lleva a plantear que el padre puede ser sustituido, que puede prescindirse de él.

En RSI, el padre ya no es un significante, lo que nos permite señalar una diferencia entre: “un padre” y la función, cuestión que está presente desde los inicios de la teoría de Lacan.

 Cambió la concepción de la función paterna, lo cual lo lleva a decir que se puede prescindir del padre y que la función paternal permanece a salvo. Se la podría llamar también función anudante, función nombrante, que es una función síntoma.

Retomando entonces el síntoma-padre, digamos que es una posición libidinal de un hombre, que hace de una mujer la causa de su deseo y que la ha hecho suya para tener hijos a los cuales brinda cuidados paternos, queriéndolo o no.

Lo expuesto no implica en el padre un deseo de niño. Cuando decimos  “queriéndolo o no”, solamente se trata de atestiguar tal hecho.

Digo atestiguar: ustedes saben que testigo y testículo tienen la misma procedencia. El testigo se pone en juego. Acompañar a una mujer en el goce de la vida además de hacerla causa de su deseo, es para lo real del padre otra forma de poner los huevos.
En relación a la función nombrante, aclaremos que se refiere al decir paterno. El nombre que surge del agujero de lo simbólico nunca es enunciado, ni pronunciado, se infiere.

A partir de los dichos y los actos, sin decir nada, por su posición libidinal hace funcionar una conjunción implícita entre un “tú eres mi mujer” por un lado y un “tú eres mi hijo/a”, por el otro.

Podemos denominar a esto el cuidado paterno, es la nominación, el decir de nominación que puede inferirse de su síntoma. Lo nombrado no es la cosa paterna misma, sino sus partenaires, que están nombrados sintomáticamente.

En este sentido, cualquier hombre que tenga el síntoma-padre puede portar la función paterna para aquellos niños de los que no es el genitor, cuestión perfectamente aplicable a las familias atípicas de nuestro tiempo.

Con esta definición de la función paterna, no sé si podemos seguir hablando de la decadencia del padre.

Sin duda, es posible hablar de la decadencia del Nombre del Padre como significante. Pero de la decadencia de la función borromea, por lo menos tendríamos que ponerla en cuestión.

En el mismo sentido, la ciencia también es generadora de nuevas ficciones y nuevas certezas.

El padre genitor no sólo queda reducido a ser un poco de semen sino que deja de ser lo que fue en la esencia de la tradición freudiana: incierto.

En cuanto a la madre, ese gran receptáculo de todos los fantasmas nutricios, una probeta la despojó del origen corporal de la fecundación. Además empieza  a ser incierta en el momento mismo en que el padre deja de serlo.

Siguiendo la lógica de este período de la enseñanza de Lacan (1975) en relación al padre, se necesita un decir que nombre, pero no hay unión necesaria, sólo hay una unión posible entre el decir que nombra y la reproducción de los cuerpos.[6]

En “Dos notas sobre el niño”[7] encontramos que “… la función de residuo que sostiene (y al mismo tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de la sociedad, resalta lo irreductible de una transmisión… que es la constitución subjetiva, que implica la relación a un deseo que no sea anónimo”.

Subrayo la función de residuo en relación a la transmisión, por el sólo hecho que el sínthoma-padre tiene la ventaja de establecer un doble lazo entre los sexos y las generaciones, tiene la ventaja de transmitirse, de tener efectos de transmisión.

Es esta cuestión de la transmisión que quiero subrayar, por sus incidencias clínicas sobre todo en el trabajo con niños y adolescentes, teniendo en cuenta esos casos tales como violencia, robo, inmigraciones de países limítrofes con el desarraigo que conlleva, violaciones, embarazos adolescentes, tan de lo cotidiano en la práctica hospitalaria y en los cuales las categorías diagnósticas con las que nos manejamos habitualmente no alcanzan, podríamos llamarlos los “inclasificables”, ya que no son ni neuróticos, ni psicóticos, ni perversos. Sin embargo me parece que hay algo de la transmisión que ha fallado.

El sinthoma-padre se diferencia del sinthoma-Joyce en que éste último es un síntoma que no se transmite, sólo vale para él. Joyce se salva solo y esto puede verse en sus hijos.

  La idea de Lacan es que Joyce ha suplido el decir del padre por otro decir, por otra nominación. Su hipótesis es que lo que mantiene anudados los tres registros no es el decir paterno, sino lo que llama su ego, su ego de artista, que le permite hacer lazo con sus lectores y sus comentadores.

Claramente el lazo que establece con sus comentadores no implica al otro sexo, ni a la descendencia.

Al referirnos al yo (ego), aludimos inevitablemente a la imagen del cuerpo, sin embargo, en Joyce, lo que se pone en juego es el “cuerpo del texto”.

El cuerpo propio no cuenta, no cree que su cuerpo lo represente, sino que es un creído de su bella letra, se cree artista, él mismo como libro.

Cuando nace su primer hijo dice: “No soy un animal doméstico, se supone que soy un artista”.

Para Lacan: “los hijos no estaban previstos en el programa” sino que probablemente fueran un contraprograma.

Se sabe que Giorgio fue inscripto en el registro civil un año después de su nacimiento.

Tal vez estas cuestiones no dejen de tener alguna incidencia en el futuro destino, con la esquizofrenia de Lucía y el gravísimo alcoholismo de Giorgio.

La escritura de Joyce ilustra esta posibilidad de gozar de la letra sin pasar, en su caso, por el cuerpo propio ni por el cuerpo del otro.


                                 Kristina, un caso clínico


“Marcas de nacimiento” es una novela de la escritora canadiense Nancy Huston.  En ella hay una densa trama de lenguajes, experiencias traumáticas y reflexión acerca de las numerosas guerras del siglo XX.

El relato comienza a partir del plan Lebensborn  para la apropiación de niños,  silenciado durante mucho tiempo, que formaba parte de las atrocidades cometidas por los nazis

Lebensborn que en castellano significa “fuentes de vida”, fue el nombre de una organización dedicada a garantizar el nacimiento y buena crianza, en adopción, de niños de la mejor estirpe aria sin importar su origen geográfico.

Así fue como los nazis raptaron a más de doscientos mil niños arrancados de sus familias en los países ocupados de Europa del Este.

Creo que en nuestro país  estamos atravesados por una particular sensibilidad a esta cuestión de la apropiación de niños ¿Quién podría permanecer indiferente ante esto?

En la novela, la autora escarba sobre estas heridas de guerra que calaron hondo en la identidad arrebatada y silenciada de los niños más pequeños, las que fueron pasando de generación en generación, quizá como una forma de resistencia y de memoria.

Para contar la “genealogía de la marca”, Nancy Huston, hace hablar a cuatro niños de seis años.

 “Los sentimientos políticos más violentos se forman en la infancia” dice, y esta afirmación es el andamio desde el que construye una historia cimentada en relaciones de lenguaje, infancia y violencia. 

Cada detalle es elocuente: en mitad de los párrafos más inocentes, la irrupción de una canción de infancia donde abundan los hombres que pasan por la máquina de moler carne.

Sol, el primer narrador, a los seis años ya es admirador de Bush y, aunque sobreprotegido por sus padres, consume en el mercado de Google (a quien nombra como su Dios) las imágenes de los cuerpos destrozados en la guerra de Irak para masturbarse.

La historia de estos cuatro niños no sólo está unida por el parentesco y una marca en la piel en distintas partes del cuerpo que cada uno de ellos porta; desde el bisnieto Sol, pasando por su padre Randall, su abuela Sadie, y su bisabuela Kristina, las cuatro narraciones están enmarcadas en coyunturas de guerra: Irak en 2004, Israel en el 82, Vietman en los 60 y la Alemania del 45.

Las distintas formas del relato bélico se filtran en cada una de las historias escribiendo en forma paralela, el relato sobre la identidad.

Kristina, personaje sobre el que me quiero detener es criada felizmente en el seno de una familia nazi hasta que descubre, con la “adopción” posterior  de un hermano de doce (cuando ella tenía seis), que en realidad fue raptada en Ucrania y trasladada a uno de los centros Lebensborn

Con la llegada de Johann, las cosas cambian para esta pequeña niña que hasta ese momento pasaba horas cantando villancicos al son del piano ejecutado por su abuelo. La perfección de su oído era un tema siempre presente en la mesa familiar.


“Johann, entiendo que todavía no te sientas cómodo en nuestra familia, pero sólo quería que sepas que puedes confiar en mí… yo también fui adoptada.”

“Johann no: Janek. Alemán no: polaco. Adoptado no: raptado. Mis padres están vivos. Soy raptado, y tú, mi pequeña falsa Kristina, también.”

“A partir de esa noche tengo una nueva vida, una vida de sombras y secretos.”

Es el momento fatídico que “corta en dos” el continuum de su historia, entre el antes y después del acontecimiento. Es también la emergencia en lo real de una cierta verdad de la relación con el Otro que a partir de ese momento, no puede ocultar más. El trauma proporciona una oportunidad al mismo tiempo reveladora y mortífera del desenmascaramiento.

En términos metapsicológicos, el mal encuentro marcaría aquí y ahora el momento de la desunión pulsional.

El sujeto queda sometido a la potencia invasora de una realidad que no puede insertar en su trama significante, perjuicio irremediable que le ocasiona a la subjetividad.
Esta sorpresa es lo que convierte al acontecimiento para cada sujeto en singular.

A partir de este momento Kristina escucha los relatos dolorosos y resentidos de Johann.

Por qué fueron “escogidos”, de cómo les quitaron la lengua materna y les enseñaron y obligaron a hablar en alemán, etc.

Tiene un sueño: Una campesina corpulenta se inclina sobre el jardín. Se parece a la abuela y tira de algo con fuerza, gruñe y el esfuerzo le enciende la cara, lo arranca por fin y lo echa a un cesto.

¿Qué está arrancando?

“Trabajo duro”, dice.

“Al acercarme, veo que tiene la cesta llena de lenguas humanas, todavía moviéndose, con las raíces agitándose indefensas cual diminutas langostas. ¡Ay – digo – si las arranca de raíz ya no podrán hablar más!”

“De eso se trata”, responde la mujer y, agachándose otra vez, reanuda la tarea.


K  comienza a resistirse a que su abuelo siga enseñándole canciones, pero esto deriva en un gran problema para ella, ¿si no canta en alemán, cómo puede cantar? Es así que su hermano, le acerca una solución: “por el momento deberás cantar sin palabras”.

Aprende a cantar sin palabras emitiendo sonidos desde la garganta empujando la voz cada vez más alto “hasta que horada el cielo”.


Terminada la guerra, Kristina es dada en adopción a un matrimonio canadiense y Johann queda en un instituto. Antes de separarse, hacen un juramento tocando la marca de nacimiento (un lunar en el brazo), “te buscaré, te reconoceré y te encontraré por tu canto”.
Pasados los años, Kristina se convierte en una cantante famosa, que se caracteriza por la particularidad de su canto: un canto sin palabras.

En una entrevista, un periodista le pregunta qué tiene en contra de las palabras y ella contesta: “La voz es un lenguaje en sí misma”.

Al igual que Joyce, me parece que el decir de nominación que se pone en juego, no es el decir paterno, sino que lo que anuda las tres consistencias con el lazo social es el ego de “la cantante” que puede hacer lazo con su público, sus parejas y sus amigos a través de la voz y no por el sentido.

Este canto  sin voz es una forma de memoria, de resistencia que retorna en su hija Sadie (criada por sus abuelos y a cuyo padre nunca conoció) que se dedica a dar Conferencias sobre el Mal y es quien, cual arqueóloga, con pedazos de historia silenciada y viajando por todo el mundo intenta rearmar el linaje acallado por su madre.

Nancy Huston sabe de lo que habla al poner en juego estas relaciones entre desarraigo, identidad y lenguaje. A los seis años, tras el abandono de su madre, su padre forma pareja con una mujer alemana y ella debe dejar su Canadá natal para mudarse a Frankfurt. Luego de su infancia en Alemania, se instala en Francia donde estudia semiótica.

El bilingüismo de N.H. es su seña de identidad. Sin embargo su obra literaria la escribió por completo en francés.

Me atrevo a decir que “Marcas de Nacimiento” es como un análisis para la autora, ya que hace unos años se reconcilió con su lengua materna y se tradujo a sí misma al inglés. Volver sobre la propia palabra para llevarla a la lengua de origen, es, sin duda un regreso a la primera marca de nacimiento.



[1] Lacan, J: Seminario XXII. Clase del 21/1/75 (inédito). Citado por Colette Soler en “Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista” pag 127

[2] Idem anterior

[3] Lacan, J: Seminario XXIII, RSI. Clase del 21/1/75. Inédito

[4] Soler, C: Op. cit.

[5] Lacan, J: Seminario XXIII, RSI. Clase del 11/2/75. Inédito

[6] Idem anterior

[7] Lacan, J: “Dos notas sobre el niño”, Intervenciones y textos 2.