"Nadie sabe lo que puede un cuerpo" B. Spinoza.


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Clases teóricas: obligatorias

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viernes, 10 de septiembre de 2010

Curso 2010, Clase 10/9: Diagnósticos en la infancia


Diagnósticos en la infancia
Sara Wajnsztejn

Hace un tiempo, recibí un mail cuyo título en un principio, me resultó gracioso: “DSM V, no va a quedar nadie sano”. Pensé que se trataba de una de esas tantas cadenas que ironizan acerca de algún tema que habitualmente elimino sin abrir, pero esta vez pudo más mi curiosidad.
Aludía a un sitio “El psicoanalítico”, en el que me encontré con varios artículos que versaban alrededor del mismo. Parece ser que ya se está elaborando “casi en secreto”  podríamos decir, el futuro “Manual de Psiquiatría”, donde aparecen nuevos “trastornos mentales” que democráticamente incluirían a casi toda la población del mundo.
En los tiempos del DSM V no queda nadie afuera, cualquier combo de síntomas ya va a tener un nombre que podrá ser incluido en una clasificación.

“Clasificar es esencial para el progreso científico en cualquier disciplina”.[1]   

Clasificar es un fenómeno de nuestra época.
Lo visual predomina en nuestra cultura de la imagen y el rendimiento, siendo  justamente la clasificación de conductas visibles la que genera nuevas entidades clínicas que no son estructuras, ni síndromes ni enfermedades. Un ejemplo de ello es el tan nombrado por docentes, padres, médicos, etc. ADD o ADHD.
En nuestra sociedad tan influenciada por la tecnocracia, se tiende a reducir las prácticas sociales complejas como criar, educar, curar, a procedimientos técnicos.
Son problemas técnicos que hay que resolver. Los libros de autoayuda proveen técnicas de crianza; se reduce lo complejo e interactivo de la educación a un problema de aprendizaje, y la cura se simplifica como administración de psicofármacos y técnicas de reeducación.[2]
Clasificar es una técnica que se guía por lo aparente, y agrupa en una serie a los fenómenos que objetiva. El DSM IV se ha convertido en el respaldo clasificatorio, y casi en un tratado de psicopatología que define diagnósticos y etiologías.
Una clasificación se funda en una selección de datos donde hay un abrochamiento unívoco entre un hecho y su significado. El dato clínico no requiere desciframiento, sino que es signo de una información.
El logro clasificatorio es la inclusión en una serie de la cual cada ejemplar es una parte. En ese sentido el ADD es un trastorno que no requiere desciframiento ni interpretación; de lo que se trata es de eliminarlo.
Ser ADD es una etiquetamiento al que se arriba a través de métodos de clasificación como ocurre con los tests al alcance de cualquiera que se encuentran en Internet.
En relación a un pequeño paciente la directora de la escuela a la que el niño concurre, después de haber llegado por iniciativa propia al diagnóstico de ADHD, recomienda a sus padres que le den la pastillita antes de entrar a la escuela.
Para Freud, en Psicopatología de la vida cotidiana, no hay un aminoramiento cuantitativo de la atención; la atención está perturbada por un pensamiento ajeno que la demanda y que altera su distribución.
La atención no está en déficit, sino que lo que ocurre es que no está disponible, estando enfocada en otros intereses y objetos cuya investidura la atrae.
Esta forma de malestar no puede ser pensada como lo venimos planteando a lo largo de todas las clases por fuera de los sinsabores de la vida y de la época.
En Occidente la familia compartió su espacio formativo con la Iglesia. Actualmente ocupa un escenario decreciente en relación con otros ámbitos de socialización formales, como la escuela, e informales como los medios masivos de comunicación.
Georges Duby plantea: “Así la familia pierde progresivamente sus funciones que hacían de ella una micro – sociedad. La socialización de los niños ha abandonado totalmente la esfera doméstica. La familia deja de ser una institución para convertirse en un simple lugar de encuentro de las vidas privadas”.[3]
Lo que ha cambiado en el pasaje de la Modernidad a lo así llamado por algunos Post – modernidad, es que el lugar del ciudadano ha sido sustituido por el del consumidor.
El consumo es una práctica instituyente de subjetividad, desbordante y difícil de limitar. Una práctica que aparenta incluir pero que excluye y fragmenta.
Si los ciudadanos son iguales ante la ley los consumidores en función de su capacidad adquisitiva son claramente desiguales.

“El consumo mediado por la publicidad produce marcas que también marcan y establecen formas de linaje”.[4]

Quienes pueden acceder, pertenecen, están incluidos. La relación con el consumo produce una ilusoria simetría. El consumo es ahora. La inundación con diferentes productos lleva a la homogeneización entre niños y adultos en relación a lo que se consume.
Los teléfonos celulares, IPODS, notebooks, etc. son tanto para niños como para adultos. Si los chicos juegan a ser grandes porque hay una distancia a recorrer y esta distancia está salvada: ¿para qué crecer?
La temporalidad del consumo no es la de la escuela, donde el que haya que construir un saber implica un tiempo de espera y que necesita ser recorrido.
Si en la modernidad los padres eran los agentes de socialización primaria de los niños, ahora en cambio la publicidad asume la tarea de “educar”  a ambos, colocando en un lugar de simetría a padres e hijos para que hagan la carrera de consumidores.
El linaje empieza a estar cada vez más ligado a las marcas y  a lo que se consume.
La desintegración familiar puesta de manifiesto por la precariedad habitacional, ocupacional, o por las exigencias de supervivencia, revela que hay otras formas de desintegración más sutiles.
Se quiere arreglar con la química que aportan los psicofármacos algo que se ha roto en al relación, en la “química” entre padres e hijos. En este sentido es que la casa se convierte en un multiespacio donde se superponen las vidas privadas.
El saber estructurado y la investidura del maestro junto con la del estado y del padre han caído, y la norma pasa a ser una opinión más.
La presión eficientista y consumista convierte cualquier área de la vida en algo que debe medirse en términos de rendimiento. La modernidad ha alimentado la fantasía que todos los problemas pueden ser redefinidos en términos técnicos, y con recursos provenientes de la ciencia.
Ya lo anticipó Aldous Huxley en Un mundo feliz, donde cada uno está genéticamente predeterminado a ocupar un lugar y lo esencial es que no se salga de la norma, y si algo falla se cuenta con el soma, píldora de uso masivo para el bienestar: un gramo de soma quita al menos dos sentimientos desagradables.
El ADD es una falla en el control, la programación o la selección, y el metilfenidato, el soma postmoderno.
La antropotecnia nos confronta ya con el desafío de defender nuestro derecho al azar y a contingencia. Siempre y cuando haya padres y no sponsors o botellas de clonación.
En la medida que haya procesos de subjetivación y aprendizaje mediados por humanos y fundados en anhelos de trascendencia, podríamos salir de la hipnopedia.
Entendemos por ello el proceso de crianza sin padres que se efectúa por miles de repeticiones,  sobre el deber ser, escuchadas durante el sueño propuesto por Huxley.
Sin embargo, para desarrollar un supuesto enfoque holístico, hay quienes pretenden salvaguardar las apariencias de protección a la subjetividad, vinculando las neurociencias con el psicoanálisis.
En los desarrollos del premio Nobel Eric Kandel y sus colaboradores le otorgan al psicoanálisis una especie de lugar tutelar, indicando qué falta para que las drogas puedan actuar complementando la interpretación.
La aporía que aparece es que precisamente, el psicoanálisis actúa preservando una falta y no completándola. Es curioso que se mida la eficacia analítica, por el incremento de procesos cognitivos, cuando en verdad dicha acción se vincula con el trabajo de la falta misma.
En verdad se sustituye por la eficiencia, lo que es eficacia, de acuerdo a los parámetros del consumo que señalábamos.
Donde se trata de la falta la apuesta es a que nada falte.  
La naturalización de la presencia de pastillas en la cotidianidad de Occidente descansa en un  pacto entre las tecnociencias y el mercado.
Se toma estimulantes para trabajar y manejar, viagra, para facilitar el encuentro sexual inclusive en situaciones en las que no hay necesidad orgánica funcional, esteroides para facilitar el rendimiento deportivo, éxtasis para que siga la fiesta, marihuana para distenderse, por lo que podemos preguntarnos qué tiene de raro que los niños consuman estimulantes para no dispersarse en clase.
Esta alianza reformula intervenciones relativas al sufrimiento humano. La intervención ya no es quirúrgica como en otras épocas – lobotomía, etc., sino farmacológica.
Se plantean dos ejes de intervenciones posibles: el primero sobre la información codificada en los genes y el segundo sobre los flujos eléctricos cerebrales.
Basados en la soldadura: un gen, una enzima, un neurotransmisor; se dibuja un horizonte donde las enzimas pueden ser neutralizadas por psicofármacos que corrigen el paso posterior.
“Intervenir es situar algo entre dos cosas, hacer ingresar  a un espacio preexistente como las sinapsis, o muchas veces virtual, como se hace lugar a lo fantasmático en el jugar transferencial”.[5]
Al medicar se interviene con un fármaco  en el espacio intersticial entre dos cuerpos neuronales o sus prolongaciones. Se hace ingresar iones y moléculas que interceden frente a una condición que se evalúa como fuente de padecimiento, alterando ese equilibrio para proponer otro.
El espacio de intervención es esa hendidura sináptica y desde ese “entre” se incide sobre los cuerpos que la delimitan. Desde ese lugar se actúa sobre el cuerpo produciendo efectos más allá de lo estrictamente corporal.
El fármaco actúa más allá de los niveles bioquímicos para activar un nivel fisiológico que incide en lo cognitivo y está determinado por lo psicológico.
La intervención psicofarmacológica apunta a restaurar un orden, una unidad y una armonía perdidas. Intentan recuperarlas haciendo callar el síntoma, blanco principal y único de su acción.
El psicoanálisis interviene en el conflicto, lo aviva, incluso con la proliferación de los síntomas, y no busca recuperar equilibrio alguno. Rescata lo incongruente, lo insensato, la diferencia.
Las consideraciones que tienen al uso de psicofármacos como fundamento, pueden ser inscriptas según el modelo que oportunamente ha construido Foucault para definir la biopolítica.
Este control ya no disciplinario de los cuerpos sino de las redes neuronales mismas, distribuyendo la población, en normales y anormales, por ejemplo, concepto bioplítico que ha sustituido por ejemplo al político de pueblo, se apoya en un régimen de verdad novedoso en la historia de las ciencias y en particular de la medicina.
Los descubrimientos de la anatomía patológica en la época clásica, permitieron ubicar, localizar, aunque esa localización sea virtual o funcional, el cuadro, lo que se llama cuadro clínico.
A la tradicional ordalía donde decía la verdad quien pasaba la prueba – caminar sobre fuego, vencer en una lucha, etc. se pasó a la verdad por demostración, en donde es verdad aquello que la sofisticación técnica permite ir descubriendo: realidad plena y su verificación cognoscitiva.
Los modelos farmacológicos que vengo describiendo pertenecen a este último régimen: es tenido por verdadero aquello a lo que el modelo se aplica, bajo la ilusión que la verdad está ahí esperando a que por ejemplo el diagnóstico por imágenes avance más aun.
Quiero decir que el argumento que la acción de los neurotransmisores se ve, no elimina el hecho que se decide ver eso. Se podría ver otra cosa. El modelo – recordemos lo que decíamos de la alianza tecnociencia y mercado – antecede virtualmente la operación diagnóstica.
El régimen de verdad del psicoanálisis con esa impronta que por la vía de la sorpresa la verdad no se agote en el saber, se acomoda más al primer régimen, por eso la idea de resistencia, de maniobra de la transferencia, etc., o lo que afirmábamos acerca del avivamiento del conflicto.
No se trata de la propuesta cínica de desmentir el valor de la ciencia para la época ni de que el psicoanálisis opera sobre el sujeto de la ciencia.
El problema que sí merece ser planteado aquí es que lo pertinente no es comparar los dos regímenes de verdad o si el psicoanálisis o las neurociencias dicen lo mismo, más bien se trata de diferenciar los dos planos: el de la objetividad científica por un lado, y el de la objetalidad del psicoanálisis.
Este terreno de la objetividad científica y sus efectos es menester recordarlo permanentemente, ya que el objeto a y el síntoma (esas formas de objeto en las que aparece el sujeto para la clínica), no son nada más que interrogaciones que surgen del efecto de la ciencia sobre el modo de producción del sujeto y del régimen de sus certezas.
No olvidemos que el psicoanálisis opera sobre el sujeto que retorna de la exclusión – forclusión – que del mismo hace la ciencia, para su desarrollo.
El tema es la pretensión de sutura que el modelo del consumo asegura, o la apuesta a la apertura – interrogaciones decíamos - que  la consideración de la objetalidad  propicia.
En este sentido podemos terminar comentando cómo Lacan parte también del vacío que produce la caída de la soberanía paterna y del mundo regulado por leyes y valores estables.
El tema es que en el hueco que esa caída señala no ubica la ilusión de un completamiento funcional sino que instala lo que denomina padre real como señalando un punto de imposible entre el saber y las normas.
El desecho que la familia constituye no es eliminado por hiponopedia, sino que algo de los lugares del padre y de la madre no pueden ser eliminados, ya que no actúan como garantes sino como residuos.


La famosa carta a Jenny Aubry lo testimonia: La función de residuo que sostiene la familia conyugal (y a la vez mantiene) en la evolución de las sociedades, destaca lo irreductible de una transmisión, que es de otro orden que el de la vida según la satisfacción de las necesidades, pero que es de una constitución subjetiva que implica la relación con un deseo que no es anónimo.
De la madre se espera los cuidados que tienen que tener la marca de un  interés particularizado, así sea por las vías de sus propias carencias. Es una particularidad, no una madre universal.
El lugar del padre no se reduce a transmitir el falo, sino que da una versión de ese objeto a que señalábamos que retorna en la objetalidad para nuestra acción clínica, de un sujeto forcluido por la ciencia, constituyéndose en el que transmite no solamente una castración, sino que da una versión de dicho objeto como causa. Es el que hace de una mujer el objeto causa de su deseo.
Ante el avance desmedido de la eficiencia farmacológica, el residuo apuntado anuncia el valor del Nombre en un mundo donde el imperio tecnocientífico, lo transforma en una marca que no marca, impulsando a un goce que además es solamente metafórico, por la vía de un consumo anónimo.




[1] Rapoport,Judith y Ismond, Deborah: DSM IV Guide for diagnosis of Childhood Disorders. En  Infancia y DSM V: Nuevos nombres impropios de J. Vasen.
[2] Vasen, J.: La atención que no se presta, el mal llamado ADD.
[3] Duby, George. Historia de la Vida Privada.
[4] Vasen, Juan. Op. Cit.
[5] Vasen, Juan. Op. Cit.