"Nadie sabe lo que puede un cuerpo" B. Spinoza.


Frecuencia: semanal

Clases teóricas: obligatorias

Práctica hospitalaria: optativa

Bono contribución por la totalidad de la cursada: $100



viernes, 14 de mayo de 2010

Curso 2010, clase 14/5: El joven y su historicidad

Partiendo de la idea que planteaba Laura Monczor en la clase de presentación, acerca de un orden que no es inmutable, me parece importante poder compartir algunas cuestiones en relación a la posición del joven en diferentes momentos de la historia.
¿Por qué la historia? Porque pensamos que “Eso habla” en lo que se da en llamar adolescencia, la historia nos ayuda a pensar la problemática del sujeto.
 En el sentido, de cómo la “Gran historia” deja marcas en la historicidad particular de cada sujeto.
Para Giovanni Levi y Schmith, la juventud es una construcción social y cultural, cuya característica principal es la de marginalidad, pues se encuentra en los márgenes entre la dependencia infantil y la autonomía de los adultos.
Piensan la juventud como una “travesía” (camino estrecho que une dos más importantes. Terreno que es de paso para ir de un sitio a otro).
Para estos autores, a diferencia de los niños que son los grandes mudos de la historia, los jóvenes, en diferentes momentos han sido considerados sujetos activos de la misma.
Desde la Biblia, con David, José y sus hermanos, la hija del faraón que salvó a Moisés; hasta Cristo que se dirigía a los jóvenes, (entre ellos Francisco de Asís) incitándolos a marcharse de la casa de sus padres para unirse a él y amarle más que a ellos.
El Romanticismo, y su vínculo natural entre juventud y Nación, los jóvenes burgueses del siglo XIX, que adhirieron a la idea de la revolución.
Los movimientos juveniles judíos, católicos y protestantes.
El nazismo que se dirigía especialmente a los jóvenes.
Mayo del 68, nuestros “desaparecidos” entre otros tantos ejemplos.

¿Podríamos decir que aquellos caballeros o bachilleres de la Edad Media, son iguales a los jóvenes actuales?
Aunque aparentemente los términos para nombrarlos parecen inmutables, los contenidos semánticos no cesan de renovarse, las palabras no tienen ya el mismo sentido.
Aunque los textos antiguos conocen debidamente la palabra “adolescencia” solamente le otorgan un sentido biológico, jurídico, simbólico; sin la menor carga afectiva que le atribuyen educadores, médicos o psicólogos cuando se habla de “Crisis de la adolescencia”.
La idea de “crisis” es un concepto moderno y de occidente.
En la Edad Media, las edades de la vida tenían un lugar importante en los tratados  pseudocientíficos.
 Había una concepción naturalista de la vida y del paso del tiempo, en una sociedad rural, donde la Tierra Madre era el origen de todo tipo de vida, un vivero inagotable que garantizaba la renovación de las especies y en particular la humana. Esta renovación era constante y circular.
Había múltiples clasificaciones de las edades de la vida, pero los límites entre una y otra eran flexibles y vacilantes. Paradójicamente, pocos sabían la edad exacta que tenían. Por lo tanto estas divisiones eran más teóricas que empíricas.
Las divisiones que se imponían no representaban categoría de edad, sino funciones sociales. Por ejemplo: niños de pecho, niños, jóvenes, recién casados, padres y madres de familia, viudos o viudas, ancianos y difuntos.
El término adolescencia o juventud era rico y fluctuante.
G. Duby, comentaba que en la clase aristocrática, los “júvenes” eran jóvenes caballeros, que no tenían hogar propio, no estaban casados.
 Era el Bachiller, que desprovisto de feudos, formaba tropas de caballeros bajo la bandera de un joven príncipe. Su función era la aventura en busca de un feudo y esposa.
Guillermo el Mariscal, siguió de “juvenes” hasta los 45 años, fecha en que decidió casarse.
Las clasificaciones científicas, determinaban funciones, lugares sociales. Las edades de la vida estaban inscriptas en continuidad con un orden más general y abstracto.
La imagen del cuerpo y el individuo pertenecían a un mundo establecido, en unidad fundamental con la naturaleza, donde no había idea de “individualidad” ni autonomía.
En los cuadros, los jóvenes nunca estaban representados solos, sino en grupos, tropeles, pandillas. Formaban masa, bloque y ocupaban una zona específica.
Se creaban solidaridades, cuyo fundamento era una función social.
La juventud era alborotada, turbulenta, peligrosa, lo cual hacía que practicaran la guerra.
Los “torneos”, como deporte, eran simulacros de guerra y la codificaban, llevando la violencia a espacios limitados.
Se autorizaban algunas cosas, no todas.
Se institucionaliza la banda, cuya función, entre otras era la marcha a “Las Cruzadas”.
Por  lo tanto en el año 1000, las solidaridades tenían funciones necesarias, los jóvenes se dividían de acuerdo a sus funciones, en relación a un orden pre-establecido.

En el siglo XVIII, el Estado liberal moderno, crea nuevas instituciones: el colegio, el aprendizaje profesional, el ejército. Su objetivo era el control y la disciplina.
Se produce la convergencia y la tensión entre la familia, como espacio de repliegue y refugio y el control del Estado que tranquiliza e invade.
Así como en la Edad Media, el individuo es un engranaje del linaje; en el siglo XVIII se produce su individualización y el aislamiento.
 La adolescencia es el tiempo de la amistad. Es el paréntesis entre la infancia y la edad adulta. Es el tiempo de espera y formación.
Es la época de las vocaciones ardientes, los ideales, los compromisos entusiastas, los valores nuevos.
Los compromisos, las opciones, se deciden libremente, lo hará cada cual.
El siglo XVIII es considerado el siglo de la libertad, la individualidad y la decisión.
Es la época del progreso, signada por frases como: “Juventud, divino tesoro”, “Y mañana serán hombres”.
Los jóvenes son el germen del progreso, del “hombre nuevo”.
A esta altura, cabría diferenciar la idea del “hombre nuevo” del “conservarse siempre joven” actual.
Hoy los jóvenes no son los mismos que hace 50 años momento en que el conflicto se producía entre los ideales y las pulsiones.
Nuestra época está sometida a un nuevo Amo: el Mercado.
Mercado de objetos de consumo que gobierna nuestro deseo. Son objetos impuestos  más que ofrecidos.
Ser joven es necesario, porque la juventud simboliza agilidad y eficiencia.
¿Cómo acceder a estas órdenes de la cultura? Ella misma nos provee los elementos; consumir los objetos que ella produce, la domesticación del cuerpo y la convicción que es eso lo que necesitamos. Ser joven deja de ser una travesía para convertirse en un estado del ser.

José Monseny Bonifasi, un psicoanalista catalán, hace converger en 1897, dos de los mitos que él considera los más importantes del siglo XX. Uno de ellos, el Mito de Edipo escrito por Freud, que es nombrado por  primera vez en una carta que éste escribe a Fliess y el otro relatado en forma de novela por Stoker, el Mito de Drácula.
Para este psicoanalista, la presencia del Mito de Edipo, en nuestra cultura moderna  y post-moderna está en decadencia, adquiriendo la forma de la búsqueda del padre perdido.
En nuestros tiempos de democracia formal y consumismo, el padre real como mediador eficaz se ha debilitado, declinando así su función simbólica como padre muerto y por el contrario se va afirmando una voluntad de gozar y con ello su afán filicida se torna más insidioso.
Desde el anonimato del estado o las grandes corporaciones multinacionales en las que la figura del Amo es tanto más inexorable en tanto se vela tras un poder anónimo, la figura del superyó freudiano como imperativo impersonal deviene a la vez omnipresente: ¡goza! Se oye en todos los medios, y especialmente en la TV, el gran vocero del amo, pero a la vez figura tiránica inatrapable que deja a los hijos sin saber a quién afrontar para emanciparse. En consecuencia, éstos parten a la búsqueda de ese padre real que anude el registro del deseo y la ley.
Este tema viene de lejos y atraviesa la modernidad, pues el orden burgués y su entronización del padre imaginario no impedían sentir la insuficiencia del mismo.
 Incluso el Hippy se marchaba, no porque estuviera harto “de padre” sino porque se le revelaba su ridiculez e insuficiencia y hasta la modernidad no ha parado de crecer la nostalgia de padre.

Drácula, por su parte nos revela el estado de orfandad en que se encuentra el sujeto humano frente al mal.
Stoker, con Drácula, da cuenta del concepto de pulsión, que nos revela  el valor del discurso artístico para anticiparse a atrapar lo real de la subjetividad humana.
Es interesante poder pensar, siguiendo las fuentes del autor, qué lo llevó a dar al mal, la figura de un conde transilvano. La tesis historicista lo atribuye a ciertas leyendas a propósito de un personaje histórico: Vlad Tepes, un conde valako, que encarna el prototipo de la crueldad y la ferocidad. Cuenta la leyenda que cuando torturaba a sus enemigos, pasaba pedazos de pan sobre su sangre y se los comía.
Para Freud, tal como lo plantea en la Conferencia 32: Angustia y vida pulsional; el concepto de pulsión sería el verdadero gran mito aportado por el psicoanálisis.
Esto se evidencia en la escucha de los pacientes, realidad pulsional que se impone por el hecho de que el inconsciente se revela ser algo más que un texto significante enterrado por efecto de la represión.
El recurso freudiano al modelo arqueológico, le resultó insuficiente, pues en el concepto de inconsciente no se trata sólo de inscripciones en los monumentos enterrados que deben ser descifrados para curar al paciente de sus síntomas.
 Aunque éstos sean verdaderamente la expresión de restos textuales, los síntomas muestran una dinámica que se impone sobre el sujeto, una fuerza que quiere llevar este texto olvidado a la existencia, haya o no haya arqueólogo que busque su sentido.
El inconsciente es una máquina que trabaja sin descanso, tiene su texto, su lógica y hasta sus ecuaciones si se quiere, pero una fuerza la empuja, una fuerza que va más allá de las necesidades de los instintos, una fuerza que exige realizar ciertas satisfacciones hasta llevar a ciertos sujetos más allá de su bien, e incluso a la destrucción de su vida, así lo atestiguan el toxicómano, la anoréxica, etc.
Esa fuerza, que no hay manera de formular en una energética, lo que permitiría darle un estatuto científico pleno, no para, sin embargo de hacerse presente, en realidad es lo más evidente que existe de la realidad humana, quizá por ello aparece oculto al que no quiere verlo, pero se puede captar en todas las actividades, en los acontecimientos históricos, en las actividades recreativas, culturales, etc.
Freud la designó pulsión de muerte.
Toda la larga formulación acerca de la naturaleza de lo pulsional que llevó 100 años de praxis de psicoanálisis, se halla de alguna manera anticipado en la novela de Stoker.

Drácula/ la pulsión.

Hagamos una breve comparación entre Drácula y la pulsión.
La exigencia de aterritorialidad que el mito de Drácula necesita proponer a la hora de describirnos dónde se aloja éste. ¿Dónde está Transilvania?
El castillo de Drácula, vagamente ubicado en los Cárpatos, se encuentra en realidad fuera de todo lugar, en tanto un lugar es aquello que sólo puede ser dado por el significante.
Jonathan Harker, en el viaje hacia el castillo capta que a partir de cierto punto atraviesa un l’ittoral y entra en un mundo donde no hay indicadores de dirección, ni nombres de aldeas, y donde es imposible decidir un sentido a su viaje que parece haber entrado en un dar vueltas sobre sí mismo, Harker percibe que se “ha caído del mapa”, ya no está en la red de los significantes, espacio y tiempo son a-dimensiones que se sienten en la simultaneidad-discontinuidad sin dirección.
En el instante de este salto, sospecha vivir un estado de sueño. De ahí en adelante el par despertar-dormir va a tener una importancia fundamental en las experiencias vividas por Jonathan en Transilvania, introduce una escansión en sus experiencias, sin que eso suponga una cronología y menos una historización, y lo mismo les ocurre a aquellos que más tarde entren en el ámbito de influencia de Drácula.
Sin mediación se ve confrontado a esa otra escena más allá del mundo consciente, e incluso más allá de donde el inconsciente es estructura poética, se enfrenta a la pulsión desnuda, al goce ciego que no conoce otra meta que satisfacerse y no sabe de otra ley que el imperativo: ¡goza!
¿Por qué Drácula representa la pulsión y no el deseo oral? Porque no hay deseo fuera del escenario significante, y por lo tanto del lugar donde una ley se reconoce aunque sea para transgredirla; si algo ha captado Stoker es que Drácula no es un transgresor, sino que está por fuera de la ley, tanto si la entendemos como la ley del inconsciente y sus leyes de lenguaje o de las leyes de la república.
 Apelar a la legalidad vigente no sirve para nada, los personajes de la novela lo perciben espontáneamente, cada uno libra una batalla individual contra esa tentación viviente y debe darle su propia respuesta.
Hay otro detalle que percibe el autor respecto de la pulsión, ésta no tiene imagen especular. Drácula en tanto especifica con su voracidad ciega la pulsión oral, le presta una imagen gracias a la ficción literaria, sin embargo no puede dejar de señalar que ese objeto no entra dentro del rango de los objetos de la estética, los objetos que vienen a representar el deseo o el narcisismo, es decir el amor.    
Aunque la novela presta una imagen a la pulsión, Harker no puede dejar de descubrir con horror que Drácula no se refleja en el espejo, eso contribuye a darle su estatuto deshumanizado, como la pulsión misma, que en todas las ocasiones que traspasa los límites impuestos por la dimensión imaginaria produce inexorablemente la fragmentación de los cuerpos, la reducción de los mismos a su miserable condición de consumibles o desechables.
A la pulsión, la unidad imaginaria del cuerpo y su belleza le es indiferente, en Drácula esto está claro, en situaciones donde se le obstaculiza el acecho a las mujeres bellas, succiona cualquier ser viviente, como los animales del zoológico, sólo la satisfacción de la voracidad oral importa.
La novela de Drácula plantea claramente esa necesidad de poner un límite a la pulsión para que el amor tenga posibilidad de vivirse y aquí es donde encontramos la dimensión más moderna de la obra de Stoker.
¿Cómo poner límite al desenfreno de la pulsión en nuestros tiempos?
 No parece posible que este problema se haya suscitado en el Antiguo Régimen, ya que Drácula hubiese sido rápidamente encerrado en la Bastilla.
¿Qué le queda al hombre moderno ante la pulsión de consumir que le consume?
En 1º término la novela nos dice que ante la orfandad, que está presente durante toda la novela, de una función de autoridad que regule tanto goce, la función de oponer un límite a ese goce mortífero está a cargo de cada sujeto, de la iniciativa ciudadana, de un pequeño grupo de hombres.
¿Cuál va a ser el instrumento del que disponen para poner límite a este desenfreno?
El Cristo, es la cruz la que simboliza el instrumento que se puede oponer al goce, no porque vaya a acabar con el mal, ni tampoco es su condición de símbolo sagrado lo que justifica su función.
Cristo es una de las representaciones más acabadas de todo lo que en la cultura puede venir a representar la función fálica, es decir la función por la cual un significante sostiene la posibilidad de todos los otros de representar a la cosa como ausente. El significante “mata la cosa”.
Cruz, estaca, sea como sea que se lo represente, es lo que atravesando el corazón del goce, introduce un menos, abre al sujeto la posibilidad de ser causado por una falta, y de sentir un campo parcialmente despejado de goce que le permita dedicarse a las cosas del deseo, a los quehaceres de la historia y de la cultura, y, por qué no del amor.
El significante fálico no puede prescindir de toda referencia al saber.
En el Antiguo Régimen estaba claro que el poder del rey venía de Dios, y éste había enviado sus leyes escritas a los hombres, después vinieron sus intérpretes y se generaron las escrituras, y ese saber estaba allí en interdependencia con la función del poder, sosteniéndose en él y sosteniéndole a él, siempre en forma problemática, pero no sin cierto grado de eficacia.
Pero el hombre moderno en occidente, después de la ilustración ya no cree en las escrituras; ¿a qué saber puede entonces encomendarse?, ¿cuál va a ser el agente que dé eficacia a la prohibición del goce?
Freud, en el “Malestar en la cultura” nos dice: El verdadero peligro para la cultura no reside en esa disociación (entre placer y procreación), sino en el poder infinito de la crueldad humana sostenida por la ciencia y la tecnología.
Stoker nos propone una respuesta: la Ciencia, es Van Helsing, profesor, médico y tal vez psiquiatra.
 Aunque la novela de Stoker no es del todo cientificista pues le otorga a Helsing el saber más por su ancianidad que por su ciencia. “Los viejos como yo saben de muchos sufrimientos y sus causas”.
Helsing, al igual que Freud, sabe que en las enfermedades mal llamadas mentales, la causa hay que buscarla en el goce, puesto que el cuerpo en el ser humano no es sólo un organismo biológico, sino también y ante todo, un instrumento que goza.
Por último, el vampiro en su posición de consumidor es ya un muerto. Lo que lo hace un muerto no es su dudosa existencia física sino el hecho absolutamente necesario al mito de Drácula, y es que éste no puede contemplar la luz del sol, sin embargo la emergencia a lo luminoso es la condición irrenunciable de la vida.
Drácula está tanto más presente cuanto menos se le ve, su presencia es deducida por sus efectos sobre los humanos. Cuando se muestra lo hace bajo la forma de un Amo, en tanto es la forma más acabada de la presencia de la pulsión.
El mito de Drácula nos da las claves estructurales de la relación de la subjetividad con la experiencia de satisfacción de la vida, pero también la forma que toma en su dimensión de muerte y su incidencia como mal en lo humano. Constituye una forma actualizada de dar cuenta de la cruel naturaleza del goce que habita en todos los humanos.
Jonathan Harker ha salido airoso, al menos en parte, pues nos descubre que está en la naturaleza de las fuerzas del más allá, empujarnos a la antropofagia si sucumbimos al goce consumista.
El mito de Drácula puede dar forma narrativa a la condición pulsional del ser humano, la misma que lo arranca del orden de la naturaleza, nos revela la ferocidad que muestra el hombre consigo mismo y sus semejantes.
Ningún animal con sus instintos es capaz de organizar tal grado de depredación como la que es capaz el ser humano con sus pulsiones y por razones tan poco homologables a la necesidad. Basta recordar Auszwitz para dar cuenta de ello, pero tengamos en cuenta que este no es un suceso excepcional, Nagasaki, Hiroshima, etc. Y otras de índole más consuetudinaria: el tráfico de drogas, la prostitución infantil, y otras nos muestran los excesos que avalan la constancia de la fuerza pulsional y la dificultad de someterla a la ley.
Aquí es donde entra Edipo, en el punto donde, posibilita la entrada del sujeto en una ley que suponga a la vez pérdida, límite y articulación del régimen de satisfacciones pulsionales, teniendo a la función paterna como sostén de ese orden y anudamiento del mismo con la experiencia de satisfacción.
La muerte del padre es el fundamento de este orden, donde no todo está permitido y donde el ser humano se historiza.
En el doble sentido de una historización primaria, en tanto el sujeto vive su vida en el campo del Otro, que ya anticipó los hitos de su existencia por venir, como en una historización secundaria, en tanto dicho sujeto inscribe con significaciones propias aquellos sucesos cuando pasaron y quedaron marcados por los significantes que hacen historia de ellos, sean asumidos por él o reprimidos, renegados o forcluídos.
El sujeto en su historización particular hace de los acontecimientos de su vida, una experiencia.

Nuevos modos de presentación en la clínica.

Alexandre Stevens, cuando habla de nuevos síntomas plantea que lo que varía es la envoltura formal del síntoma, vale decir, los significantes que evolucionan en el contexto cultural. Por el contrario, la relación al goce, al objeto pulsional cambia mucho menos.
 Entonces, es la parte del síntoma que tiene que ver con la relación a la cultura la que se mueve junto con ella. Sin embargo, lo que llamamos nuevos síntomas en la adolescencia, presentan el interés de producir movimiento en lo que concierne al goce.
Están menos vestidos de una estructura formal, están menos vestidos de la envoltura significante y por el contrario parecerían extenderse a la vida entera del sujeto como una forma, un modo de goce organizado por el sujeto. Además desde el inicio parecen fuera de sentido.
Se presentan casi como una forma de vida, un modo de existir, un modo de relación al goce que incluye al Otro del significante.
También se podría pensar nuevo síntoma en relación a la vida del sujeto, no solamente en relación a la cultura.
En este sentido, la adolescencia es justamente eso, el surgimiento de una novedad, es decir que ella misma es un nuevo síntoma al cual se introduce el joven.
En varias oportunidades hemos repetido la famosa frase de que justamente en el momento que es posible la relación sexual, el joven descubre que “no hay relación sexual”, en este contexto podemos decir que la pubertad es uno de los nombres de la “no relación sexual”, es uno de los momentos en la existencia en que el sujeto se encuentra en forma viva con esta cuestión.
La adolescencia, entonces, sería la forma sintomática de respuesta al surgimiento de lo real que es la pubertad.
Ese real es el empuje hormonal, pero en la medida que está marcado por el lenguaje, no es el empuje biológico a secas.
Por otra parte en el prefacio a “El despertar de la primavera”, Lacan dice, a propósito de los adolescentes, que seguramente está todo el empuje hormonal, pero ellos no pensarían sin el despertar de sus sueños, sus fantasías, sus conversaciones, donde aparecen todas las cuestiones que los emocionan.
Lo real de la pubertad, también es la aparición de los caracteres sexuales secundarios, es decir la modificación de la imagen del cuerpo.
Es en estos dos planos, el cuerpo como objeto pulsional y el cuerpo como imagen, que la pubertad viene a conmover, a trastocar al sujeto.
¿Cuál sería entonces la salida posible para que le diese una nueva estabilidad a su existencia?
Las hay, pero también es probable no salir totalmente y que la adolescencia se prolongue, o bien deja lugar a estos nuevos síntomas.
Alexandre  Stevens, plantea, tomando el Seminario V, que la salida es por la vía del Esquema R. Se trata que el sujeto le encuentre a su yo una nueva forma y hace falta para eso que se oriente hacia el Ideal del Yo.
El Ideal se instaura como un muro de contención al goce.
Al suponer y otorgar consistencia al Otro, produce un cierto grado de respaldo. Tutela los hilos de la trama que soportan la convivencia y el posicionamiento del sujeto en la cultura.
El problema se presenta, cuando se pierden los códigos que ordenan esa trama. La declinación del Ideal, empuja a la búsqueda compulsiva del goce.
El sujeto consume compulsivamente y aquello con lo que goza le confiere un sostén identificatorio excesivamente endeble.
La versatilidad de las identificaciones determina una sustancial inestabilidad del sujeto, que se prende fácilmente de cualquier simulacro que se proponga como proveedor del goce buscado. Al no lograr encauzar su deseo, se precipita en el desborde pulsional.
El conflicto del adolescente recrudece, cuando se le pide una salida del mismo.
¿Con qué recursos cuenta para dar alguna respuesta que permita encontrar una nueva estabilidad frente al embate de un real ineludible?
Decíamos hace un rato que hace falta que se oriente al Ideal del yo, o más  simplemente, es hacer una nueva elección con el significante: un nombre, una profesión, una mujer, un hombre.
Hacerse un síntoma con su envoltura significante con el cual pueda tener una satisfacción.   
 En otras palabras, estar decidido a hacer algo con su vida. Este punto del Ideal, está orientado por la función paterna. Teniendo en cuenta lo que planteábamos antes, hay en nuestro mundo una dificultad suplementaria para los adolescentes, desde que esa función paterna aparece más degradada que antes. No es tanto que el padre falle más que antes, sino que la función paterna en el mundo está tocada.
La cuestión es saber cómo a pesar del déficit de la función paterna alguien podría servirse del padre.
Lacan plantea que sin creer en él, sería posible servirse de él. Por eso hay gran número de adolescentes que se las arreglan bastante bien. Lo cual no quiere decir, desrealizar la voluntad del padre, ni tampoco no obedecerle y ni siquiera identificarse completamente con él. Podríamos decir que se trata de los matices de la falla de la función.
Cuando se presentan dificultades, y el adolescente no logra esto, lo resuelve en los nuevos síntomas, se lanza a acciones alocadas para hacerse un lugar en el Otro que le permita existir.
Por otra parte, encontramos también una serie de situaciones intermedias, hay una que es muy característica de la adolescencia: la identificación a la banda, las “tribus urbanas”, lo ilustran.
Podríamos  decir que estos nuevos síntomas están en relación a lo consumible, antes que al ideal o al sexo.
El acto de cosumición no se sujeta a ninguna historicidad, fuera de la caducidad de los objetos y de la necesidad de repetirse igual a sí mismos, es in-trascendente, no se inscribe al servicio de ningún devenir histórico, como cualquier acto de puro goce.
El puro consumidor está literalmente muerto como Drácula, no existe a título de sujeto de deseo.
La cuestión es encontrar nuevas formas de poner límite al goce, sin caer en la trampa de pensar que la única solución es una vuelta al patriarcalismo. Deberemos inventar nuevas formas plurales para sostener la función prohibitoria y limitadora, que es constitutiva del sujeto.
Para terminar, nuevamente recurriremos a Freud en el “Malestar en la Cultura”: Una sociedad que somete a sus miembros a tanta insatisfacción y malestar no tiene mucho futuro, no merece tenerlo…


                                                                     Sara Wajnsztejn.
                                                                      Mayo de 2010.