Angustia
y constitución subjetiva: entre marca y pérdida.
Luis Sanfilippo y Marina Carreiro
Las primeras
concepciones freudianas sobre la angustia y las últimas tienen en común
vincular la emergencia de la angustia con un problema económico, con un exceso
de excitación que no puede ser tramitado psíquicamente. Ese monto se presenta
por fuera del campo de las representaciones. La angustia, en sentido estricto y
a diferencia de otros afectos, se presenta sin poder ser vinculada al campo
representacional ni en relación a su emergencia ni en relación a su
tramitación. De ahí que, cuando ella ya no está y aparece un relato sobre el
episodio de angustia, no es sencillo ubicar qué elemento la suscito. De ahí que
el aparato psíquico parezca desvalido frente a una cantidad que irrumpe y que
no puede ser ligada ni tramitada por los mecanismos de defensa que conforman la
neurosis. La angustia (esa que no se limita a ser una señal sino que se
desprende automáticamente) parece señalar un borde, un límite para el
funcionamiento neurótico; señala un monto de excitación que se presenta como
imposible de ser tramitado por ese aparato psíquico en particular.
Si la angustia
se presenta por fuera del campo de representaciones (o señala el límite donde
éste se encuentra con una imposibilidad), se entiende que la fobia sea un modo
de tramitar esa cantidad, pues acota el desprendimiento de angustia a la
emergencia de una representación (o un campo limitado de ellas). Modo primero y
precario, pues esas marcas representacionales, si bien recortan espacios a
habitar y espacios a evitar, no garantizan plenamente la pérdida de ese exceso.
Por el contrario, su irrupción amenaza permanentemente. Hay una marca, pero esa
no parece alcanzar a inscribir esa pérdida. Si bien hay una tramitación, cada
vez parece repetirse un mismo fracaso (en la desaparición plena de la angustia).
¿Cómo pensaba
Freud la intervención respecto de la angustia? Al principio, proponía suscitar
la descarga adecuada (coito), pero si no se modifica la posición en la que se
entra en la escena (recordemos que Freud hablaba del coitus interruptus como
principal factor etiológico), nada garantizaba que no vuelva a emerger el mismo
exceso. Hacia el final de su obra, frente al desarrollo automático de angustia,
suponía la tarea previa de ligar la excitación al aparato, para luego poder
tramitarla. En términos metapsicológicos, eso suponía aumentar las investiduras
del sistema, generar ligazones más fuertes entre los elementos para que esa
excitación no logre irrumpir. Es cierto, si se refuerzan las tramas representacionales,
la angustia desaparece; pero no se resuelve, si los elementos siguen ordenados
del mismo modo, con su mismo punto de imposibilidad.
El seminario X
de Lacan, podría pensarse como el intento de pensar, con otras categorías, el
problema económico delineado por Freud en torno de la angustia. Para poder
precisar ese problema y, a partir de esto, una intervención analítica, se
vuelve preciso introducir una serie de nociones que Lacan utiliza en su curso.
Partamos de la
idea de que se habita el mundo a partir de una escena (43). Como en el teatro,
una escena supone un guión, una trama significante que construye personajes,
imágenes, significados que cobran realidad en el interior de la misma. Esa
trama determina lo que en el interior de ese marco será posible, pero esto
tiene límites: no todo será posible en ella; algo queda por fuera de ella. La
escena es una ficción, pero que delimita la realidad de quienes habitan en
ella. Es una historia que circunscribe la posición que cada quien ocupará en
ese trama que es el mundo; determina el modo, más o menos fijo, en que cada
quien se vincula con sus semejantes y con la Alteridad. Si lo que el Otro
quiere podría resultar incierto y angustiante, la escena le otorga una
respuesta que circunscribe su posición frente a ese deseo. Por eso, las
referencias a la escena, son para Lacan en el seminario X, un modo de cernir la
función del fantasma. Sobre todo, en relación a la angustia: si la escena se
sostiene, si el fantasma opera, no nos encontramos con la angustia.
Pero, como
dijimos, la escena tiene límites. En la medida que constituye un marco que
delimita un mundo habitable y posible, también supone puntos de imposibilidad:
aquello que no va a ser posible en ella. Para que la escena se sostenga, esos
elementos imposibles dentro del marco, han de ser dejados por fuera de ella.
Lacan grafica
este punto a partir del esquema óptico (49). Dentro del marco (la escena) generado
por el espejo plano (que representa a los significantes del A) es posible ver
la ilusión de una imagen unificada i’(a), que se constituye por identificación
con otra imagen i(a). Este esquema le sirve para abordar el narcisismo freudiano,
que supone el investimento libidinal reversible entre ambas imágenes (entre
objeto y yo), es decir, la idea de vasos comunicantes. Se sabe que en el plano
de la imagen, algunas (incluyendo la del yo) adquieren un valor preferencial,
nos atraen, se convierten en un objeto estimulante. Sin embargo, no es sencillo
ubicar qué es lo que la vuelve deseable, qué le otorga ese brillo (109) que nos
mantiene fascinados, que genera para cada uno una función de captación (55).
Ese brillo no se ve: falta a la imagen. El mundo de las imágenes, cuyo
ordenamiento depende de marcas significantes, supone un orden de falta. Es lo
que Lacan escribe –fi sobre la ilusión de las flores.
Ahora bien,
esa falta está conectada con una presencia en otro lado, con un monto de
investimento libidinal que no pasa por la imagen. Como la escena, la dialéctica
del narcisismo tiene un límite. Hay un resto que opera como reserva libidinal
que no entra en el narcisismo (49) (no todas las pulsiones parciales se
unifican e invisten con libido al yo). Más acá de la imagen, Lacan ubica la
presencia del a (51), la presencia del objeto que, por faltar en el marco de la
escena, permite el sostenimiento del deseo. A ese objeto, que funciona como una
reserva libidinal, que no se proyecta a la imagen, Lacan lo vincula con el
autoerotismo, con un goce autista (55), un goce que no se liga ni a lo
imaginario especular ni a la trama significante. Ese objeto condensador de goce
es el que queda debe ser extraído de la escena para que ésta se sostenga. Perdido,
causa el deseo; cuando no está perdido, cuando irrumpe en el marco de la
escena, cuando algo suscita su presencia, entonces emerge la angustia.
En la primera
parte del seminario X, Lacan trabaja el fenómeno de la angustia a partir de lo
unheimlich freudiano. Lo ominoso, angustiante emergería cuando algo aparece en
el lugar destinado para la falta (-fi), cuando algo se presenta y toma el valor
del objeto que debería faltar, cuando se carece del apoyo de la falta (63).
Entonces, la imagen especular se fragmenta y es difícil sostenerse en el marco
de la escena.
Si esto se
entiende, me gustaría situar tres cosas:
Primero, el
cuerpo de la angustia: es un cuerpo ausente cuando la imagen especular (el
cuerpo unificado del narcisismo) se sostiene. Es la dimensión del cuerpo
fragmentado (vinculado a elementos cuantitativos que debemos vincularlos al
cuerpo pero que están por fuera de las tramas representacionales del aparato
psíquico funcionando bajo el principio del placer).
Segundo, una
diferencia que Lacan sitúa con el Freud que intenta limitar la angustia a una
señal (no tanto con el Freud que reconoce la posibilidad de una angustia
automática). Para Freud, la angustia podría limitarse a una señal frente a la
amenaza de una falta, a la pérdida del objeto. Para Lacan, la angustia surge
cuando el objeto no falta. El ejemplo que pone es el de la madre que le está
todo el tiempo encima. Pero tampoco hay falta cuando no hay conexión entre la
posición del sujeto y la falta en el A: cuando el sujeto no le (hace) falta al
A. La próxima clase, creo que Marina trabajará justamente dos casos de fobia
infantil con estas modalidades aparentemente opuestas.
Tercero, si la
angustia es planteada como la presencia en el marco de una escena de un objeto
que debería faltar, de un goce que debería ser extraído de ella y que sin
embargo se presenta, Lacan también va a plantear algunas coordenadas que no son
la de la angustia, pero que podrían ser pensadas como intentos de hacer algo
con ella, o mejor, con el exceso que las suscita. 88 Actuar es arrancar a la
angustia su certeza, es operar una transferencia de angustia. Frente a la
certeza angustiante de la presencia de un objeto imposible de tramitar, el
acting out (la escena sobre la escena) o el pasaje al acto (la caída de la
escena) pueden ser vistos como intentos fallidos de volver a introducir un
orden de falta. En ese seminario, Lacan trabaja varios ejemplos clínicos (ej,
joven homosexual, frente a mirada del padre, tirarse del puente; 159: margaret
Little: no ser causa para el deseo de los padres: entonces cleptomanía).
Me interesa
empezar a situar la intervención. En Margaret Little, una intervención
interesante: paciente viene angustiada por fallecimiento de un amigo de los
padres. Ansta interpreta (dando significados vinculados a la relación
transferencial) y nada, más angustia. La angustia cede cuando le dice: no
entiendo lo que le pasa pero me da pena. Intervención no sobre el paciente sino
sobre la misma posición del analista: se barra, introduce falta en relación a
la posición del sujeto. “Permita al sujeto captarse como una falta, que no
podía hacerlo en relación con los padres.”
Después de
trabajar Margaret Little, Lacan introduce una modificación a la formula de la
división subjetiva (176):
A / S Goce
a / /A Angustia
$ Deseo
La angustia se
ubica en un tiempo previo al deseo, es anterior a la constitución del sujeto
como deseante. Pues, para que haya sujeto, es necesario en el A la marca de una
falta donde el sujeto habrá de alojarse, y es necesario producir la pérdida de
un goce (constituir al objeto como pérdido para que pueda causar el deseo). La
angustia es un tiempo previo a la cesión del objeto (351).
En otras
palabras, podremos definir el tiempo de la angustia en relación a una falta que
no termina de inscribirse, y a un objeto
que no termina de perderse. Y, a partir de esto, pensar la intervención
analítica en relación a lo que Lacan llama corte.
Un corte es doble: supone la escritura de una marca y, en relación con ella, la
producción de una pérdida (de ese exceso que venimos situando desde Freud).
Sin marca (que
permita fundar otra escena, ordenar los elementos de otra manera, modificar la
posición del sujeto), la angustia puede disolverse (de hecho, es lo que pasa
cuando alguien vuelve a hablar tras angustiarse) pero no se resuelve. Sería
equivalente a uno de los problemas que ubicábamos en Freud: una descarga pero
que no cambia la posición en la que alguien entra en escena.
Sin pérdida,
la continuidad de la trama representacional, de las ficciones que se puedan
tejer, es lábil: una y otra vez se repite el mismo fracaso en tramitar ese
exceso (se suspende el juego, se corta el relato). Es lo que ocurre cuando
logramos desangustiar por la vía de recomponer el relato, relanzar el juego sin
lograr que quede excluido ese goce (porque seguimos jugando el mismo juego).
Las
coordenadas de la intervención analítica se inscriben entonces entre la
inscripción de una marca (que funde una nueva escena) y la producción de una
pérdida.
Por último,
eso perdido es definido por Lacan como una parte del propio cuerpo. Se trataría
de una separtición (256): se pierde un goce que supone una dimensión del cuerpo
que quedará ausente de la escena y de la imagen especular. El ejemplo
paradigmático es el nacimiento: correlativo a la constitución de un /A en
falta, el niño por venir pierde la placenta. Para Lacan, hay allí un corte que
se da entre el niño y sus envoltura, entre el sujeto por venir y el a, perdido
desde entonces.
Material
clínico sugerido:
http://www.elsigma.com/hospitales/palabras-desnudas/12356